Palestina: Testamento de Yahya Sinwar

 


El Jefe de Hamás, Yahya Sinwar, fue asesinado por fuerzas genocidas sionistas el 16 de octubre de 2024, resistiendo ataques de tanques en los combates de Rafah. Las imágenes que muestran a Sinwar luchando hasta la última gota de su sangre conmovieron profundamente a los pueblos del mundo entero. El “testamento de Sinwar”, que marca la historia de su vida y su resistencia, se publicó tras su muerte. Compartimos aquí una traducción francesa distribuida en una demostración, en Francia, de este manifiesto político y moral. [Nota del editor]

Tomado, traducido y adaptado al español por SolRojista


No esperes a que el mundo te haga justicia, he experimentado y sido testigo del silencio del mundo ante nuestro dolor. No esperes justicia, pero sé justo.

Yo Yahya, hijo de un refugiado que transformó el exilio en un hogar temporal y un sueño en una batalla de largo plazo, al escribir estas palabras, recuerdo cada momento de mi vida: desde mi infancia en los callejones, hasta los largos años de prisión, con cada gota de sangre derramada sobre el suelo de esta tierra.

Nací en el campo de Khan Younes en 1962, en una época en la que Palestina era sólo un recuerdo desgarrado y cartas olvidadas en las mesas de los políticos.

Soy un hombre cuya vida estuvo entretejida entre el fuego y las cenizas, y que comprendí muy pronto que la vida bajo la ocupación no es otra cosa que un encarcelamiento permanente.

Antes de perder todos mis dientes de leche, sabía que la vida en este país no es ordinaria y que los nacidos aquí deben llevar un arma inquebrantable en el corazón y comprender que el camino hacia la libertad es largo.

Este testamento que os dejo viene de allí, de este niño que arrojó la primera piedra al ocupante, que aprendió que las piedras son las primeras palabras que pronunciamos para afrontar un mundo que permanece en silencio ante nuestra herida.

Aprendí en las calles de Gaza que el valor de una persona no se mide por los años de su vida, sino por lo que da a su patria. Así ha sido mi vida: Cárceles y batallas, dolor y esperanza.

Viví la cárcel por primera vez en 1988 y fui sentenciado a cadena perpetua, pero no dejé lugar al miedo.

En estas celdas oscuras, vi cada pared como una ventana que se abría a un horizonte lejano, y cada barra como una luz que iluminaba el camino hacia la libertad.

En prisión aprendí que la paciencia no es sólo una virtud, sino un arma. Un arma amarga, como beber el mar gota a gota.

Este testamento que os dirijo es: No temáis las cárceles, son sólo una parte de nuestro largo camino hacia la libertad.

La prisión me enseñó que la libertad no es sólo la privación de un derecho, sino una idea nacida del dolor y atemperada por la paciencia. Cuando en 2011 recuperé mi libertad tras el acuerdo denominado “Lealtad de los Seres Libres”, no lo dejé igual: mi alma se templó y se reforzó mi convicción de que lo que estamos emprendiendo no es una simple lucha pasajera, sino que es nuestro destino que llevamos hasta la última gota de nuestra sangre.

Mi testamento es que mantengas tu fusil firme, tu dignidad sin compromisos y el sueño inmortal. El enemigo quiere que abandonemos la resistencia y convirtamos nuestra causa en una negociación interminable.

Sí, os digo: no negociéis lo que por derecho es vuestro. Temen más vuestra resiliencia que vuestras armas. La resistencia no es sólo un arma que portamos, es nuestro amor por Palestina en cada aliento que respiramos, es nuestra voluntad de resistir a pesar del asedio y la agresión.

Mi testamento es que sigáis fieles a la sangre de los mártires, a quienes partieron y nos dejaron este camino lleno de espinas. Ellos son los que nos trazaron el camino hacia la libertad con su sangre, así que no hagáis estos sacrificios en vano en los cálculos de los políticos y los juegos diplomáticos.

Estamos aquí para completar lo que nuestros predecesores comenzaron y no nos desviaremos de este camino cueste lo que cueste. Gaza ha sido y seguirá siendo la capital de la resiliencia y el corazón de Palestina que nunca deja de latir, incluso si la tierra que nos acoge es estrecha.

Cuando me confiaron la dirección de Hamás en Gaza en 2017, no fue solo una transferencia de poder, sino la continuación de una resistencia que comenzó con piedras y continuó con armas. Todos los días he sentido el dolor de mi pueblo asediado y sé que cada paso que damos hacia la libertad tiene un precio. Pero les digo: el precio de la rendición es mucho más alto. Por eso, agarraos a la tierra como la raíz se aferra a la tierra: ningún viento puede desarraigar a un pueblo que ha decidido vivir.

En la batalla de el “Diluvio de Al-Aqsa”, yo no fui el líder de un clan ni el de un movimiento, sino la voz de todo palestino que sueña con la liberación. Me ha guiado mi fe en que la resistencia no es sólo una opción, sino un deber.

Quería que esta batalla fuera una nueva página en el libro de la lucha palestina, donde las facciones se unan y todos estén en una misma trinchera, contra un enemigo que nunca ha diferenciado entre un niño y un anciano, o entre una piedra y un árbol.

El Diluvio de Al-Aqsa fue una batalla de almas antes que una batalla de cuerpos, la de la voluntad antes que la de las armas.

Lo que dejo no es un legado personal, sino colectivo, para cada palestino que soñó con la libertad, para cada madre que cargó sobre sus hombros a su hijo mártir, para cada padre que lloró dolorosamente por su hijo asesinado por una bala traicionera.

Mi recomendación final es recordar siempre que la resistencia no es en vano, que no es sólo una bala disparada, sino una vida vivida con honor y dignidad. La prisión y el asedio me enseñaron que la batalla es larga y el camino difícil, pero también aprendí que las personas que se niegan a rendirse crean milagros con sus propias manos.

No esperes a que el mundo te haga justicia, he experimentado y sido testigo del silencio del mundo ante nuestro dolor. No esperes justicia, pero sé justo.

Lleven el sueño de Palestina en sus corazones y hagan de cada herida un arma y de cada lágrima una fuente de esperanza.

Este es mi testamento: No entreguéis vuestras armas, no dejéis que caigan las piedras de vuestras manos, no os olvidéis de vuestros mártires y no comprometáis un sueño que es vuestro derecho.

Estamos aquí para quedarnos, en nuestro territorio, en nuestros corazones y en el futuro de nuestros hijos.

Te recomiendo que cuides de Palestina, la tierra que amé hasta la muerte y el sueño que llevé sobre mi hombro como una montaña que no se dobla.

Si yo caigo, no caigas conmigo, sino lleva por mí una bandera que nunca ha caído, y haz de mi sangre un puente por el que cruzará una generación que nacerá de nuestras cenizas, más fuerte. Recuerden que la patria no es una historia que contar, sino una verdad que vivir, y que, por cada mártir, del vientre de esta tierra nacen mil luchadores de la resistencia.

Si el diluvio vino nuevamente y yo no estoy entre ustedes, sepan que solo fui la primera gota en las olas de la libertad y que viví para verlos completar el viaje.

Será una espina en su garganta, una inundación que no retrocederá y no amainará hasta que el mundo reconozca que somos los titulares de los derechos y que no somos estadísticas en sus boletines de información.

Yahya Sinwar, nacido el 29 de octubre de 1962 [murió como mártir el 16 de octubre de 2024]