Partido hasta mancharse (carta)


Compartimos una bella carta que nos fue enviada en correo electrónico por una compañera universitaria.

Soy estudiante del 4° semestre de la Licenciatura en Ciencias Sociales y Estudios Políticos de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), y soy originaria de Santiago Patlanalá, perteneciente al municipio de Silacayoápam, Oaxaca, en la Región Mixteca.

Como estudiante del pueblo he decidido tomar una posición de clase; es decir: he tomado partido a favor del pueblo trabajador.

Hay un poema que conocí en la Universidad, su autor es Gabriel Celaya; un intelectual español que peleó en el bando republicano durante la Guerra Civil y fue preso político del gobierno fascista de Franco.

El poema dice en una de sus partes –la cual yo considera lo más exaltante:

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Gabriel, fue un poeta revolucionario, comprometido con el proletariado y los pueblos de España en la lucha contra el fascismo y la guerra reaccionaria. Fue militante del Partido Comunista de España. Y yo que soy indígena Ñuu Savi, que vengo del pueblo pobre, de las montañas mixtecas de Oaxaca, me siento en la obligación de tomar partido, partido hasta mancharme; aunque sean estas manchas las de mi propia sangre, entregando mi vida por los pueblos oprimidos de México y el mundo.

Muchas cosas me duelen profundamente y no puedo cerrar los ojos; aunque quisiera ya no sería posible. Yo no quiero ir a las fiestas universitarias donde la juventud se desentiende y evade, yo no quiero ir a bailes para cerrar los ojos y apartar la mirada de mi pueblo.

Yo he crecido y vivido en esas montañas donde la miseria es tal que aún existen la muerte por enfermedades curables, el trabajo gratuito en beneficio de un cacique-terrateniente, las deudas interminables que no se pueden pagar ni en tres generaciones de hombres trabajando. Yo he crecido en esas mismas montañas donde el hambre obliga a los hombres a migrar a los Estados Unidos para encontrar la cárcel o la muerte en manos de lo que los camaradas llaman “la bestia yanqui imperialista”.

Esos mismos yanquis que persiguen, encarcelan y asesinan al pueblo Ñuu Savi en los Estados Unidos, (y también a otros pueblos oprimidos que deben migrar para buscarse la vida), son los mismos yanquis que vienen aquí a Oaxaca y México entero a mandar, a imponer, a decidir, a ordenar.

No hay gobierno mexicano, ni los viejos ni “el nuevo”, que le hayan puesto un freno a esa política de intervención en todos los asuntos de nuestro país. Por eso México es país semicolonial, porque su soberanía e independencia son formales, son retóricas, pero no son ciertas, no son prácticas ni materiales. Y a la alta burguesía nacional le viene bien esta condición, porque mantiene el nivel de vida de obreros y campesinos pobres en el mínimo absoluto a cambio de trabajos extenuantes.

Cientos de miles de obreros concentrados en maquiladoras del norte y el centro del país se encargan de dar vida al capitalismo burocrático, que es un capitalismo dependiente del imperialismo.

Millones de campesinos pobres y jornaleros agrícolas en el norte, centro y sur de todo México están condenados a soportar en sus espaldas el latifundio, que maniata el desarrollo de la producción imponiendo relaciones sociales semifeudales que perviven con patriarcado, trabajo gratuito, religión, racismo, discriminación y servidumbre.

¡Creo que no me equivoco cuando responsabilizo a los gringos de la miseria y opresión de mi pueblo, de nuestros pueblos!

¡Creo que no me equivoco cuando responsabilizo a las burguesías compradora y burocrática de la explotación y miseria de los trabajadores!

¡Creo que no me equivoco cuando responsabilizo a los terratenientes y el alto clero de la opresión, miseria y despojo en contra de nuestros pueblos!

Pero son los gringos, los yanquis los que andan por el mundo haciendo las mismas fechorías.

Por eso también me duele lo que está pasando en Sudán, cuando un pueblo con dignidad se ha alzado en rebelión y los soldados mercenarios que juraron cuidar su patria se lanzan contra el pueblo, asesinado a decenas, a cientos para imponer un gobierno militar afecto a los intereses del imperialismo. Y una vez más la mano de los yanquis se encuentra presente. Igual que en Irak, igual que en Afganistán, igual que en Yemén, igual que en Libia, igual que en Venezuela o Cuba.

Pero también mi corazón late con fuerza, se entusiasma y se llena de fe en la lucha de los pueblos. Miro mis libros, miro las noticias y me llena de ilusión el pueblo Naxalita en la India, o la lucha revolucionaria que no se ha terminado en Turquía, Filipinas y Perú. Me alegra ver al Nepal nuevamente de pie, saber que hubo gente que jamás se rindió. Sonrío viendo volar al viento las banderas de Palestina reclamando su libertad en medio de la ocupación militar de Israel.

Y otra vez miro a mi pueblo Ñuu Savi, otra vez miro a todos los pueblos oprimidos de este Oaxaca y de este México dolido. Miro a mi proletariado. Los miro a todos reorganizarse, volver a nuclearse a pesar de la guerra contra el pueblo que lleva más de trece años y más de 40 mil desaparecidos, más 300 mil asesinados, cientos de presos políticos. ¿Qué puede ser tan fuerte como para frenar esta guerra injusta y reaccionaria?

Miro desde las aulas de mi Universidad, miro mientras estudio, interpreto el mundo y grito que quiero transformarlo.

¡Tomo partido, partido hasta mancharme!