Boceto de Mariategui, realizado por el camarada David Alfaro Siquieros |
El próximo seis
de octubre se desarrollará en Oaxaca el llamado “foro de pacificación y reconciliación nacional”, propuesto por el
Obradorismo y su amasijo autodenominado “cuarta
trasformación”.
Estos foros, símiles
a los llamados “acuerdos de paz” que
el imperialismo ha impuesto en países como Colombia ante la debilidad y complacencia
del hasta entonces revisionismo armado (hoy liquidacionismo vuelto partido electorero)
buscan echar tierra a los ojos del pueblo trabajador, confundiéndole y haciéndole
creer que habrá “paz, justicia y libertad”
como resultado de la buena voluntad de las clases parasitarias y dominantes. Su objetivo de fondo: la desmovilización del pueblo en lucha.
Nuestra
organización, que rechaza los postulados obradoristas del “perdón, el olvido y
la reconciliación” con los explotadores, los opresores y los verdugos del
pueblo, descarta cualquier participación en dichos foros, desconoce sus
acuerdos y los alcances de estos. No convalidamos ni reconocemos en estos foros
el resultado de nada benéfico para el pueblo trabajador; máxime en medio de la política
de terrorismo de estado y guerra contra el pueblo que venimos enfrentando y que no cambiará aún con la toma de posesión del obradorismo (el cual seguirá respondiendo a los intereses de la gran burguesía).
Entendemos
en estos foros, sí, la necesidad del nuevo gobierno del viejo estado por imponer nuevamente su visión de la paz desde arriba, en
beneficio del latifundio, el capitalismo burocrático, el patriarcado y el
imperialismo.
En esa tesitura, el análisis que hace José Carlos Mariategui sobre Gandhi nos parece conveniente para ser
compartida para su estudio y reflexión.
GANDHI
Este hombre dulce
y piadoso es uno de los mayores personajes de la historia contemporánea. Su
pensamiento no influye sólo sobre trescientos veinte millones de hindúes.
Conmueve toda el Asia y repercute en Europa. Romain Rolland, que descontento
del Occidente se vuelve hacia el Oriente, le ha consagrado un libro. La prensa
europea explora con curiosidad la biografía y el escenario del apóstol.
El principal
capítulo de la vida de Gandhi empieza en 1919. La post-guerra colocó a Gandhi a
la cabeza del movimiento de emancipación de su pueblo. Hasta entonces Gandhi
sirvió fielmente a la Gran Bretaña. Durante la guerra colaboró con los
ingleses. La India dio a la causa aliada una importante contribución.
Inglaterra se había comprometido a concederle los derechos, de los demás «Dominios».
Terminada la
contienda, Inglaterra olvidó su palabra y el principio wilsoniano de la libre
determinación de los pueblos. Reformó superficialmente la administración de la
India, en la cual acordó al pueblo hindú una participación secundaria e inocua.
Respondió a las quejas hindúes con una represión marcial y cruenta. Ante este
tratamiento pérfido, Gandhi rectificó su actitud y abandonó sus ilusiones. La
India insurgía contra la Gran Bretaña y reclamaba su autonomía, La muerte de
Tilak había puesto la dirección del movimiento nacionalista en las manos de
Gandhi, que ejercía sobre su pueblo un gran ascendiente religioso.
Gandhi aceptó la
obligación de acaudillar a sus compatriotas y los condujo a la no cooperación:
La insurrección armada le repugnaba. Los medios debían ser, a su juicio, buenos
y morales como los fines. Había que oponer a las armas británicas la
resistencia del espíritu y del amor. La evangélica palabra de Gandhi inflamó de
misticismo y de fervor el alma indostana. El Mahatma(1) acentuó, gradualmente, su
método. Los hindúes fueron invitados a desertar de las escuelas y las
universidades, la administración y los tribunales, a tejer con sus manos su
traje khaddar, a rechazar las
manufacturas británicas. La India gandhiana tornó, poéticamente, a la "música de la rueca". Los
tejidos ingleses fueron quemados en Bombay como cosa maldita y satánica.
La táctica de la
no cooperación se encaminaba a sus últimas consecuencias: la desobediencia
civil, el rehusamiento del pago de impuestos. La India parecía próxima a la
rebelión definitiva. Se produjeron algunas violencias.
Gandhi,
Indignado por esta falta, suspendió la orden de la desobediencia civil y,
místicamente, se entregó a la penitencia. Su pueblo no estaba aún educado para
el uso de la satyagraha, la
fuerza-amor, la fuerza-alma. Los hindúes obedecieron a su jefe. Pero esta
retirada, ordenada en el instante de mayor tensión y mayor ardimiento, debilitó
la ola revolucionaria. El movimiento se consumía y se gastaba sin combatir.
Hubo algunas defecciones y algunas disensiones. La prisión y el procesamiento
de Gandhi vinieron a tiempo. El Mahatma
dejó la dirección del movimiento antes de que éste declinase.
El Congreso
Nacional indio de diciembre de 1923 marcó un descenso del gandhismo. Prevaleció
en esta asamblea la tendencia revolucionaria de la no cooperación; pero se le
enfrentó una tendencia derechista o revisionista que, contrariamente a la
táctica gandhista, propugnaba la participación en los consejos de reforma,
creados por Inglaterra para domesticar a la burguesía hindú.
Al mismo tiempo
apareció en la asamblea, emancipada del gandhismo, una nueva corriente
revolucionaria de inspiración socialista. El programa de esta corriente,
dirigido desde Europa por los núcleos de estudiantes y emigrados hindúes,
proponía la separación completa de la India del Imperio Británico, la abolición
de la propiedad feudal de la tierra, la supresión de los impuestos indirectos,
la nacionalización de las minas, ferrocarriles, telégrafos y demás servicios
públicos, la intervención del Estado en la gestión de la gran industria, una
moderna legislación del trabajo, etc, etc.
Posteriormente,
la escisión continuó ahondándose. Las dos grandes facciones mostraban un
contenido y una fisonomía clasistas. La tendencia revolucionaria era seguida
por el proletariado que, duramente explotado sin el amparo de leyes
protectoras, sufría más la dominación inglesa. Los pobres, los humildes eran
fieles a Gandhi y a la revolución. El proletariado industrial se organizaba en
sindicatos en Bombay y otras ciudades indostanas. La tendencia de derecha, en
cambio, alojaba a las castas ricas, a los parsis,(2)
comerciantes, latifundistas.
El método de la
no cooperación, saboteado por la aristocracia y la burguesía hindúes,
contrariado por la realidad económica, decayó así, poco a poco. El boicot(3)
de los tejidos ingleses y el retorno a la lírica rueca no pudieron prosperar.
La industria manual era incapaz de concurrir con la industria mecánica. El
pueblo hindú, además, tenía interés en no resentir al proletariado inglés,
aumentando las causas de su desocupación, con la pérdida de un gran mercado. No
podía olvidar que la causa de la India necesita del apoyo del partido obrero de
Inglaterra. De otro lado, los funcionarios dimisionarios volvieron, en gran
parte, a sus puestos. Se relajaron, en suma, todas las formas de la no
cooperación.
Cuando el
gobierno laborista de Mac Donald lo amnistió y libertó, Gandhi encontró
fraccionado y disminuido el movimiento nacionalista hindú. Poco tiempo antes,
la mayoría del Congreso Nacional, reunido extraordinariamente en Delhi en
setiembre de 1923, se había declarado favorable al partido Swaraj, dirigido por
C. R. Das, cuyo programa se conforma con reclamar para la India los derechos de
los «Dominios» británicos, y se preocupa de obtener para el capitalismo hindú
sólidas y seguras garantías.
Actualmente
Gandhi no dirige ni controla ya las orientaciones políticas de la mayor parte
del nacionalismo hindú. Ni la derecha, que desea la colaboración con los
ingleses, ni la extrema izquierda, que, aconseja la insurrección, lo obedecen.
El número de sus fautores ha descendido. Pero, si su autoridad de líder político
ha decaído, su prestigio de asceta y de santo no ha cesado de extenderse.
Cuenta un Periodista, cómo al retiro del Mahatma
afluyen peregrinos de diversas razas y comarcas asiáticas. Gandhi recibe, sin
ceremonias y sin protocolo, a todo el que llama a su puerta. Alrededor de su
morada, viven centenares de hindúes felices de sentirse junto a él.
Esta es la
gravitación natural de la vida del Mahatma.
Su obra es más religiosa y moral que política.
En su diálogo
con Rabindranath Tagore, el Mahatma ha
declarado su intención de introducir la religión en la política. La teoría de
la no cooperación está saturada de preocupaciones éticas. Gandhi no es
verdaderamente, el caudillo de la libertad de la India, sino el apóstol de un
movimiento religioso.
La autonomía de
la India no le interesa, no le apasiona, sino secundariamente. No siente,
ninguna prisa por llegar a ella. Quiere, ante todo, purificar y elevar el alma
hindú.
Aunque su
mentalidad está nutrida, en parte, de cultura europea, el Mahatma repudia la civilización de Occidente, Le repugna su
materialismo, su impureza, su sensualidad. Como Ruskin y como Tolstoy, a
quienes ha leído y a quienes ama, detesta la máquina. La máquina es para él el
símbolo de la «satánica» civilización occidental. No quiere, por ende, que el
maquinismo y su influencia se aclimaten en la India. Comprende que la máquina
es el agente y el motor de las ideas occidentales. Cree que la psicología
indostana no es adecuada a una educación europea; pero osa esperar que la
India, recogida en sí misma, elabore una moral, buena para el uso de los demás
pueblos. Hindú hasta la médula, piensa
que la India puede dictar al mundo su propia disciplina. Sus fines y su
actividad, cuando persiguen la fraternización de hinduistas y mahometanos o la redención de los intocables, de los
parias, tienen una vasta trascendencia política y social. Pero su inspiración,
es esencialmente religiosa.
Gandhi se
clasifica como un idealista práctico. Henri Barbusse lo reconoce, además, como
un verdadero revolucionario. Dice, en seguida, que "este término designa en nuestro espíritu a quién, habiendo
concebido, en oposición al orden político y social establecido, un orden
diferente, se consagra a la realización de este plan ideal por medios
prácticos" y agrega que "el
utopista no es un verdadero revolucionario por subversivas que sean sus
sinrazones". La definición es excelente. Pero Barbusse cree, además,
que, "si Lenin se hubiese
encontrado, en lugar de Gandhi, hubiera hablado y obrado cómo él”. Y ésta
hipótesis es arbitraria.
Lenin era un
realizador y un realista. Era, indiscutiblemente, un idealista práctico. No está
probado que la vía de la no cooperación y la no violencia sea las únicas vías
de la emancipación indostana. Tilak, el anterior líder del nacionalismo hindú,
no habría desdeñado el método insurreccional. Romain Rolland opina que Tilak,
cuyo genio enaltece, habría podido entenderse con los revolucionarios rusos.
Tilak, sin embargo, no era menos asiático ni menos hindú que Gandhi. Más
fundada que la hipótesis de Barbusse es la hipótesis opuesta, la de que, Lenin
habría trabajado por aprovechar la guerra y sus consecuencias para liberar a la
India y no habría detenido, en ningún caso, a los hindúes en el camino de la
insurrección. Gandhi, dominado por su temperamento moralista, no ha sentido a
veces la misma necesidad de libertad que sentía su pueblo. Su fuerza, en tanto,
ha dependido, más que de su predicación religiosa, de que ésta ha ofrecido a
los hindúes una solución para su esclavitud y para su hambre.
La teoría de la
no cooperación contenía muchas ilusiones. Una de ellas era la ilusión medioeval
de revivir en la India una economía superada. La rueca es impotente para
resolver la cuestión social de ningún pueblo. El argumento de Gandhi —"¿no ha vivido así antes la
India?"— es un argumento demasiado antihistórico e ingenuo.
Por escéptica y
desconfiada que sea su actitud ante el Progreso, un hombre moderno rechaza
instintivamente la idea de que se pueda volver atrás. Una vez adquirida la
máquina, es difícil que la humanidad renuncie a emplearla. Nada puede contener
la filtración de la civilización occidental en la India. Tagore tiene plena
razón en este incidente de su polémica con Gandhi. "El problema de hoy es mundial. Ningún pueblo puede buscar su
salud separándose de los otros. O salvarse juntos o desaparecer juntos".
Las
requisitorias contra el materialismo occidental son exageradas. El hombre del
Occidente no es tan prosaico y cerril como algunos espíritus contemplativos y
extáticos suponen. El socialismo y el sindicalismo, a pesar de su concepción
materialista de la historia, son menos materialistas de lo que parecen. Se
apoyan sobre el interés de la mayoría, pero tienden a ennoblecer y dignificar
la vida. Los occidentales son místicos y religiosos a su modo. ¿Acaso la
emoción revolucionaria no es una emoción religiosa? Acontece en el occidente
que la religiosidad se ha desplazado del cielo a la tierra. Sus motivos son
humanos, son sociales; no son divinos. Pertenecen a la vida terrena y no a la
vida celeste.
La ex-confesión
de la violencia es más romántica que la violencia misma. Con armas solamente
morales jamás constreñirá la India a la burguesía inglesa a devolverle su
libertad. Los honestos jueces británicos reconocerán, cuantas veces sea
necesario, la honradez de los apóstoles de la no cooperación y del satyagraha;(4) pero
seguirán condenándolos a seis años de cárcel.
La
revolución no se hace, desgraciadamente, con ayunos. Los revolucionarios de
todas las latitudes tienen que elegir entre sufrir la violencia o usarla. Si no se quiere que el
espíritu y la inteligencia estén a órdenes de la fuerza, hay que resolverse a
poner la fuerza a órdenes de la inteligencia y del espíritu.
NOTAS:
1 En hindú, el "alma
grande", apelativo con que se designaba a Gandhi.
2 Practicantes de la religión de
Zoroastro.
3 Práctica de lucha social que
consiste en evitar toda relación con el castigado.
4 Término inventado por Gandhi
para expresar su movimiento de defensa de la verdad no haciendo sufrir al
adversario, sino sufriendo uno mismo.