Como hemos venido informando, la situación política en Brasil es demasiado convulsa. Una impresionante crisis política se vive no como resultado del proceso electoral donde Lula aventajó a Bolsonaro (esto ha sido muy similar al triunfo de AMLO en México precisamente para despresurizar la crisis), sino más bien como necesidad de la gran burguesía por fortalecer el capitalismo burocrático y seguir avanzando en su plan reaccionario para salvaguardar al régimen ante la crisis que se profundiza. También es claro que las recientes elecciones y la composición de fuerzas en pugna arrojan más leña al fuego. En atención a ello queremos compartir con nuestros lectores la siguiente traducción al español de la Editorial semanal del periódico A Nova Democracia (La Nueva Democracia) por el análisis que aporta.
Editorial semanal.
Cuatro factores emergen como
consecuencias de la nueva situación. Primero, la existencia de una articulación
de extrema derecha, impulsada por el presidente Bolsonaro, destituido del
gobierno, y que se desenvolvió como un movimiento armado de masas anticomunista
que cuestionaba obstinadamente las elecciones y la vieja democracia; segundo,
las acciones golpistas del reaccionario Alto Mando de las Fuerzas Armadas,
cuestionando abiertamente el sistema electoral y lanzando ataques contra las
demás instituciones de esa vieja República; tercero, la elección de un nuevo
gobierno por parte de la minoría nacional, que no tiene cohesión interna,
tendrá una fuerte oposición en el Congreso (y de la extrema derecha, en las
calles, además de las masas populares) y no podrá cumplir sus promesas
demagógicas; cuarto, la imparable tendencia de crecimiento de la protesta
popular –en particular, la lucha por la tierra y por la Revolución Agraria–,
empujada por el proceso latente de descomposición y aguda crisis de la economía
y la incapacidad del decadente y corrupto sistema político para resolverlo en
el corto y mediano plazo, después de un gran boicot electoral en el que un
tercio de los brasileños y brasileñas no votaron en la segunda vuelta (49,64
millones).
Los movimientos golpistas, que
bloquearon por unos días las carreteras del país y ahora se concentran en
revolver los cuarteles, son los enemigos más feroces del pueblo y de la
soberanía nacional. Forman un movimiento relativamente centralizado, desde el punto
de vista político, fuertemente armado y suficientemente dispuesto a servir como
una tropa de choque terrorista contrarrevolucionaria (como lo demuestran las
acciones armadas de los bolsonaristas en los bloqueos de Pará, y el ataque
contra la redacción de un periódico en Rondónia). Estas huestes, desde las
cloacas de la sociedad, salieron a la superficie descaradamente, tramando y
ejecutando sus provocaciones, ataques políticos y ataques armados, instigados
por décadas de gritos reaccionarios y anticomunistas de esa misma derecha
liberal que hoy quiere aparentar ser un "demócrata". Ahora, esta
extrema derecha, derrotada en las encuestas de la farsa electoral y más
excitada que nunca, es -y será cada vez más- utilizada por las Fuerzas Armadas
reaccionarias, tanto para combatir la protesta y revuelta popular, como factor
de inestabilidad que justifica la creciente militarización del poder político.
Este conjunto de factores le da
al proletariado revolucionario y otras clases populares tareas difíciles pero decisivas.
Además de combatir sin tregua, contundente y enérgicamente a la extrema
derecha, será necesario desenmascarar al futuro gobierno del oportunismo con el
centroderecha civil, que aplicará las medidas más draconianas para dar un nuevo
impulso al capitalismo burocrático, y buscará cautivar a las masas populares,
chantajeando a los progresistas para que defiendan al gobierno contra la
extrema derecha. La lucha contra las falanges bolsonaristas y otras hordas
fascistas requerirá necesariamente golpearlas medida a medida y con toda la
furia. Denunciar sistemáticamente las maniobras del Alto Mando de las Fuerzas
Armadas, que a veces jugará con la extrema derecha, a veces con el gobierno del
oportunismo, para avanzar en su ofensiva contrarrevolucionaria preventiva
imponiendo su absoluta centralización del Poder en el Ejecutivo y su control,
tutela y amenazas, con el fin de coartar las libertades democráticas y
combatir, con puño de hierro, la protesta popular y la Revolución.
Demócratas y revolucionarios tendrán
que luchar, más que antes, con firmeza inquebrantable para ganar laureles para
la lucha popular en este período. El tema central y la tarea decisiva, en todas
partes, es enseñar a las masas a defender sus intereses inmediatos y los
derechos y libertades democráticos, por todos los medios y de manera
intransigente. Las grandes cifras del boicot, por un lado, y la explosividad de
las masas, por otro, son el terreno propicio para lograrlo. No hay que
equivocarse: no dejarse arrastrar a la defensa de esta vieja democracia
corrupta con el pretexto de combatir a la extrema derecha armada y al golpe de
Estado de los generales, ni dejar que arrastren a las masas al golpe de Estado
con el pretexto de combatir el oportunismo y la vieja democracia. Deben sí,
levantar en alto la bandera de la Revolución de Nueva Democracia.